LA ZONA

Iñigo Elosegui
10 min readJul 23, 2021

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La Zona. Un término simple a primera vista, pero ambiguo y cargado de misticismo cuando lo asociamos a la capacidad mental de los deportistas. Seguramente hayáis escuchado o leído más de una vez acerca de esta “zona” en la que, supuestamente, los deportistas alcanzan tal nivel de concentración que el tiempo parece correr más despacio y cada movimiento del cuerpo fluye de tal manera que la precisión es máxima y la ejecución perfecta. Se relaciona este vocablo con poderes casi sobrehumanos dignos de ser llevados a la pantalla por el mejor estudio de animación que podamos imaginar. O quizás ya se haya hecho. Quién sabe, ¿serían esos partidos interminables de “Oliver y Benji”, en los que el terreno de juego parecía no tener fin y tardaban varios capítulos en recorrerlo, resultado de que nuestros queridos protagonistas habían entrado en contacto con “La Zona”? Sea como fuere, necesitaríamos varias vidas para alcanzar el nivel de Oliver y Benji (cuyos verdaderos nombres, por cierto, son Tsubasa Ōzora y Genzō Wakabayashi respectivamente, y no Oliver Atom y Benji Price), así que intentaré ahondar un poco más, desde mi experiencia personal, en el concepto de “La Zona” y analizar cuánto hay de verdad en él y cuánto de mito. Por mucho que reflexionemos, no os prometo encontrar aquí el secreto para potenciar todas vuestras habilidades; ¡eso lo dejamos para mi futuro curso exclusivo premium con efectividad 100% comprobada y que por ser vosotros os lo dejaré al 50% de descuento…! Tranquilos, es broma, esto no es un anuncio de Youtube de los que tan de moda están ahora, pero no quería perder mi oportunidad de ver lo que se siente al decirlo (o escribirlo, en este caso). En fin, vayamos a lo importante.

Empecemos por el principio: “La Zona”, más comúnmente conocida como “flujo” en psicología, es un estado mental descrito por primera vez por el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi en 1975. Se caracteriza por una inmersión total de la persona que lo experimenta en la actividad que esté desarrollando, dándole así una mayor probabilidad de éxito. Csíkszentmihályi explica que, para llegar a vivir una experiencia de flujo, han de cumplirse algunos puntos como: objetivos claros, concentración máxima en un campo de atención limitado, aprendizaje inmediato de los errores, desafío ajustado al nivel de habilidad actual, reto gratificante etc. Una vez se alcancen algunos de estos componentes (no todos son necesarios), las sensaciones que podríamos llegar a experimentar vendrían a ser tales: fusión entre conciencia y acción, distorsión del sentido del tiempo, sensación de control absoluto sobre la situación… Como vemos, podríamos estar perfectamente describiendo los poderes de cualquier personaje de ciencia ficción, pero son habilidades que los seres humanos podemos llegar a desarrollar. Al menos hasta cierto punto o en determinadas circunstancias.

Hablando desde mi experiencia personal, mentiría si os digo que, efectivamente, tras el pistoletazo de salida en una carrera, procedo a activar mis habilidades de deportista profesional, que tanto trabajo me ha llevado perfeccionar, y mi cuerpo empieza a funcionar sin que yo tenga que hacer un mayor esfuerzo. Un traguito de agua (consciente) de vez en cuando, para que no se recaliente el motor, y a seguir. Pues no, realmente esto no funciona así. Es cierto que, a veces, hay momentos especiales en los que parece que las piernas van solas, en los que el cansancio no hace acto de presencia y, como consecuencia, puedes pensar con absoluta claridad… Sí, existen los días buenos en los que todo sale rodado. Además, trabajar técnicas de concentración es importantísimo para saber mantener la calma en los momentos de máximo esfuerzo y gestionar ese sufrimiento de manera que acabe beneficiándote sobre los rivales. A pesar de todo, tengo la sensación de que “La Zona” es una experiencia que se vive menos a menudo de lo que la gente cree, o al menos con menor intensidad. Y lo digo porque son cada vez más los artículos que leo hablando de esta prodigiosa habilidad de los deportistas, cuando realmente creo que es una situación que puede darse en cualquier ámbito de la vida, desde el escritor que encuentra los 30 minutos de inspiración en los que las teclas se pulsan solas, hasta el oficinista que, en estado de clarividencia, acaba por completo con la pila de papeles que llevaba meses acumulándose, desafiante, en su mesa de trabajo. Já, set y partido para el oficinista. Al fin.

Llegados a este punto, me atrevo a proponer un nuevo estado mental, uno que sí he experimentado muchas veces y es clave en la vida de los deportistas: “La Zona Perpetua”, me gustaría bautizarlo. “¿De qué habla este?” os preguntaréis. Dejadme que os explique: cuando vemos por la tele cualquier competición, los deportistas parecen máquinas que ejecutan cada movimiento a la perfección, con cuerpos preparados para el esfuerzo que hacen parecer fácil lo difícil. ¿Nunca os ha pasado ver alguna prueba y sentir de repente un incontrolable subidón de adrenalina que os anima a pensar que también seríais capaces de realizar algo así? A mi sí, y eso es porque el deportista en cuestión transmite una sensación de absoluto control sobre la situación, tanto que la hace parecer algo al alcance de todos nosotros. Quizás por eso el deporte levante tantas pasiones; es ideal para alimentar nuestro propio ego. El caso es que, para llegar a ese punto, no basta con unos segundos de “iluminación” o estancia en “La Zona”, sino que viene precedido de meses y meses de duro trabajo, concentración, visualización, adaptación al dolor, mentalización… Esa es la etapa que ya conocemos (no me falléis) como “La Zona Perpetua”.

Es lógico pensar que los momentos de competición son los que requieren una mayor concentración por parte de los deportistas, y en parte así es, pero creedme cuando os digo que el día a día amenaza con situaciones tan problemáticas para una correcta preparación que es necesario crear una burbuja protectora entorno a uno mismo que, en cierta medida, lo aísle del mundo exterior y toda su energía pueda concentrarse en la rutina de trabajo. Y eso, aunque luzca mucho menos ante el gran público, requiere de una fortaleza mental incluso superior a la de la propia competición, y, además, mucho más duradera y estable. Todos, deportistas o no, sufrimos a lo largo de nuestra vida momentos complicados que nos afectan de lleno, y cuando nuestro trabajo depende tan directamente del estado mental y físico debemos aprender a gestionarlos para que no se conviertan en obstáculos insalvables. Ahí entra en juego la burbuja en la que muchas veces se dice que vivimos, y es que la forma más eficaz (que no sencilla) de paliar los efectos del día a día es movernos en un entorno que nos resulte cómodo y nos empuje hacia adelante. Ese entorno, me temo, son las concentraciones que nos hacen estar en permanente contacto con “La Zona Perpetua”.

El deporte de élite está directamente relacionado con el talento, no cabe duda, pero el talento es como el equilibrista que, con pasos temerosos, avanza sobre la fina cuerda que le separa del abismo; un pájaro que surca los cielos, una ráfaga de viento inesperada, un grito perdido que llega desde vete tú a saber dónde… Cualquier cosa puede romper esta frágil conexión entre equilibrista y cuerda, entre deportista y talento. Para que esto no ocurra, se recurre cada vez más a menudo a concentraciones de las que, muchas veces, solo se “escapa” uno para competir y volver poco después. Si curioseáis las redes sociales de casi cualquier ciclista, os daréis cuenta de que cada vez es más complicado encontrar instantáneas en las que aparezcan en casa o haciendo actividades que poco tengan que ver con el ciclismo, sino que la mayoría del tiempo se encuentran o bien concentrados en altura (suele considerarse tal cuando se superan los 1800–2000m sobre el nivel del mar) o bien en el sur de España u otros países cálidos en la época invernal. Si vamos a otros deportes comprobaremos que, muchas veces, incluso viven en los CAR (Centro de Alto Rendimiento) o instalaciones similares durante todo el año, sobretodo cuando se trata de deportes “individuales” (aunque en realidad ninguno lo sea) que cuentan con pocos torneos cada temporada. Es lógico pensar que estas concentraciones en altura tengan el único objetivo de mejorar la forma física, cosa a la que el entrenamiento con falta de oxígeno ayuda, pero cada vez tengo más claro que, detrás, hay muchos otros beneficios para el rendimiento del deportista, y paso a explicaros, brevemente, mis sensaciones al respecto.

A medida que subo escalones en esta empinada escalinata del deporte profesional me doy cuenta de cuánto hay que cuidar los detalles para subir el siguiente escalón, cada vez más alejado de tu posición anterior. Algo de lo que ya no tengo duda es que la cabeza manda sobre el cuerpo, y dependerá de cuánto cuides y prepares a esta para que el otro ofrezca una u otra versión. Cuando uno entrena en casa (bendito hogar, qué felices nos hace cuando pasamos tanto tiempo fuera) corre el riesgo de entrar en “pereza crónica”, como yo lo llamo. Me explico: en un entorno tan relajado, carente de competitividad y en el que te sientes tan cómodo para hacer cualquier plan, es muy fácil pasar el día distraído pensando en lo que te apetece hacer mañana, en las ganas que tienes de quedar con tal amigo o en el nuevo restaurante que han abierto y estás deseando visitar. No me malinterpretéis, no digo que hacer vida fuera del deporte sea malo. ¡Al contrario! A mí, mis amigos y familia me dan la vida y recargan de energía cada vez que los veo, y por supuesto los necesito en mi vida mucho más que al propio deporte. Pero, precisamente por todo esto, a veces te plantas en el momento del entrenamiento y te sientes un auténtico extraño: ¿Entrenar? ¿Ahora? Con lo tranquilo que estaba yo leyendo, tirado en mi sofá de toda la vida y recordando aquel día en que, de niños y en este mismo sofá, nos juntamos todos los amigos para ver una peli y… no, no, es hora de entrenar. Y punto. Pues así, desconcertado, sale uno a entrenar cuando pasa mucho tiempo en casa, y entenderéis que llega un punto en el que las piernas ya no responden igual, no mueven los mismos wattios y las sensaciones empiezan a ir peor y peor. Te has relajado demasiado, amigo, y el deporte profesional es una profesión en la que hay que salir con el cuchillo entre los dientes casi a diario.

La misma situación se vive al volver de una carrera. En competición, rodeado de todos los compañeros y el resto de equipos, estás en el ambiente perfecto para sacar lo mejor de ti. Y lo sacas. Incluso cuando vas a la carrera con dudas, lo sacas. El problema (solo a veces) llega al volver a casa, cuando después de varios días de máximo esfuerzo y una concentración inquebrantable, el cuerpo se relaja y hace caer de golpe todos los indicadores: fuerza, defensas etc. Ocurre lo mismo cuando hablamos de hacer concentraciones, y es que os sorprendería saber cuánto afecta el entorno y el ambiente en el rendimiento del deportista; solo por estar acompañado y sentir la adrenalina de formar parte de un grupo con un objetivo común, las sensaciones son mucho mejores y las piernas duelen mucho menos. No solo eso, sino que llevar una alimentación adecuada resulta mucho más sencillo, y cuando acaba el día te das cuenta de que has realizado todo casi a la perfección, sin excesivo esfuerzo mental y con ganas de volver a repetirlo después de un buen descanso por la noche. Es curioso, pero incluso personas como yo, amantes de seguir la actualidad social, política, deportiva etc. del momento, en períodos de concentración/competición nos abstraemos de tal manera que, muchas veces, no sentimos siquiera la necesidad de consultar las noticias porque nuestra mente está 100% enfocada en la perfecta planificación y ejecución de nuestro día a día, y pueden pasar varios días (e incluso semanas) sin que tengamos constancia de las noticias más relevantes que están sucediendo en “el mundo exterior”. Estos períodos, que pueden alargarse mucho en el tiempo, son los que quería intentar explicaros bajo el nombre de “La Zona Perpetua”. Estamos condenados a mantener una concentración máxima en entrenamientos, alimentación y descanso durante meses, y no solo en la ejecución durante segundos como sugiere el concepto de “La Zona”.

Dicho todo esto, os animo a investigar más sobre estos temas y a trabajar aspectos como concentración, mentalización o visualización más a menudo. ¿Que soy muy listillo recomendando esto, pero no tenéis tiempo de concentraciones? Por supuesto, pensemos en otros métodos más sencillos y de andar por casa: si sois personas a las que el cerebro les va a mil por hora y os cuesta focalizar vuestros pensamientos en algo concreto, probad a meditar dejando la mente en blanco o incluso (no me llaméis loco) a coger algo como una flor o cualquier otra cosa que pueda resultaros agradable a la vista y dedicaos a observarla sin pensar en absolutamente nada. Solo observar. Al principio es probable que vuestra mente os traicione y no podáis mantenerla en blanco, pero se trata de trabajarlo poco a poco para que, al final y con el paso de los días, la dominéis durante más tiempo del que ahora podáis imaginar. De esta manera, aprenderéis a relajaros y controlar vuestra mente y pensamientos en momentos de tensión y estrés. O eso espero. Además, si tenéis algún objetivo concreto o situación que os preocupe y a la que tengáis que hacer frente, es muy útil trabajar la visualización: simplemente cerrad los ojos e imaginaos, una y otra vez, a vosotros mismos afrontando ese momento. Para que lo entendáis con un símil ciclista, sería preparar una contrarreloj imaginándote a ti mismo sobre tu bicicleta, trazando cada curva del recorrido y pensando en la potencia con la que darás cada pedalead en cada preciso momento. De esta forma, tu cuerpo y mente sabrán a qué se enfrentan y cómo reaccionar ante ello cuando llegue el momento.

Sean cuales sean vuestros objetivos en la vida, recordad: la concentración y preparación son la guinda que corona el pastel; vuestro entorno más cercano es el pastel sobre el que se construye todo lo demás y que, irremediablemente, necesitaréis para triunfar.

Nos leemos próximamente y aprovecho para recordaros que, por favor, disfrutéis de los Juegos Olímpicos de Tokio y de los deportistas que llevan años inmersos en “La Zona Perpetua” para ofrecernos ahora el mejor espectáculo.

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Iñigo Elosegui

Ciclista profesional del "Movistar Team". Apasionado de escuchar y leer historias, de contarlas y, sobretodo, de vivirlas.